viernes, 6 de marzo de 2015

Y aquí es donde te confieso
que tu presencia embriagadora
hizo de mi vida un lugar un poco
más habitable.

En noches en las que le peleamos a la oscuridad,
corriendo por los callejones, besando a cualquier extraño
por una copa de vino, exponiendonos.

En noches en las que tu pecho fue el único lugar
donde me sentí digna de derrumbarme,
de empapar tu remera de mis lagrimas,
de llorarte la vida, llorarte la muerte, llorarte los
instantes, llorarte mis silencios y mis miserias.

Proclamandote, mujer, de algo tan infinitamente
importante: mi tragedia.
¿Quien pudiera contemplarte como yo lo hago?

Con tus ojitos mirando a la nada, con tu cotidiana duda
hacía todo, tu inseguridad que vaga por tus manos,
Con tu belleza envuelta en ese vestido ajustado,
con tu presencia llena de efervescente lujuria,
con la boca más besada por aquellos que se
atreven a conquistar tu hermosa crueldad.

Y en este duelo cotidiano, encontrandome a mi misma
perdiendome a mi misma, vaciandome a mi misma,
entre tanto desastre y poco sueño, cuando miro
te tengo al lado. 



Dedicado a mi mejor amiga, la más boca sucia de los bares. 



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